RELATOS GANADORES. 2014

1º PREMIO: » LAS CARTAS» 
por José E. Álamo Gómez.

Había un hombre que se escribía cartas a sí mismo. Todas los viernes cogía una pluma y relataba lo que había hecho durante la semana, sobre todo su trabajo en la oficina. Luego acudía a correos y la enviaba certificada. Le gustaba que el cartero le entregara la misiva en mano. Recibía esas cartas los martes.
A cada crónica de sus andanzas laborales respondía con otra narrando los sucesos del fin de semana: sus comidas, programas de la tele y lo que había hecho Ramsés, su hámster.
Estas respuestas también las certificaba. Recibía esas misivas los jueves. Así, dos cartas llegaban a sus manos cada semana. Durante veinte años, su vida giró alrededor de las cartas.
Pero llegó un martes en el que no recibió carta alguna. Preocupado, acudió a su oficina de correos para indagar. Allí, tras consultarlo, la encargada le comentó que no habían podido entregar la última carta por fallecimiento del destinatario. El hombre se disculpó y adujo que había sido un descuido imperdonable. A continuación, salió a la calle, abrió los brazos y se descompuso en letras que barrió el viento.

 

2º PREMIO: «MI RELATO PIONERA» 
por Diego Sánchez Chico.

Existió una vez, una tilde que logró asesinar la gramática. Unos dijeron que era una falta, por ignorancia, o negligencia. Una aberración de la grafía. Pero todos saben que fue una revolucionaria. Literatura viva. Valiente manuscrita. Consiguió poner en jaque a todo un sistema estructural, opresor y dictatorial, con tan solo un trazo. Su vida. Poner una tilde debe ser una acción simple, en cierta manera, incluso artística, pero conlleva coraje, consciencia y recuerdo. Respeto por aquella mártir. No hubo reglas, gomas, ni ortografía que la corrigieran. Rebelde imborrable. Diagonal en pie. No existió pronunciación para ella, pero no pasó desapercibida. ´

 

3º PREMIO: » MANIAS» 
por J. Fornis Vaquero.

De no ser por esa casi imperceptible gota de sangre seca en la comisura del labio, nunca hubiera pensado eso de ella. Es cierto que huía de los espejos y que siempre pedía las comidas sin ajo, pero creí que era más por coquetería que por otra cosa. Lo de arrancar el crucifijo a la gente ya me costó más entenderlo. Pero bueno, todos tenemos nuestras manías.

Ahora bien, cuando vi aquella gota de sangre, no me quedó más remedio que preguntarle. Ella se vino abajo y me lo contó todo. Fue entonces cuando yo tuve que confesar porque nunca quería salir en las noches de luna llena.